Sei Shônagon
lunes, julio 14, 2008 - Etiquetas: Amo Japon - 0 Comments
Sei Shônagon no es un nombre sino un apodo: así se la conoció a la autora durante su servicio en la corte imperial por el año 990. Sei es la lectura china del primer ideograma de su apellido, Kiyohara; Shônagon es el nombre genérico que designa a cualquier ayudante de menor rango de la emperatriz. En la corte imperial, esta mujer japonesa tomaba apuntes, escribía la poesía de los días comunes por el año 900. Me gustó enseguida ese listado caprichoso de "cosas" de índole diversa. Así como suena: "cosas" Lo perturbador, lo precioso, lo desagradable, lo conmovedor, lo patético; la idea de hacerse dueño de unas cuantas categorías arbitrarias en lo cotidiano de la vida.
Escribe Shonagon:
-Cosas que hacen nacer un dulce recuerdo del pasado
Las malvarrosas secas.
Un pequeño jirón de tela violeta o del color de la viña, que recuerde la confección de un vestido y que descubres en un libro donde había permanecido prensado.
Un día lluvioso, en el que te aburres, encuentras las cartas de un hombre amado antaño.
Una noche cuando la luna es clara.
-Cosas elegantes
En un bol de metal nuevo han puesto jarabe de liana con hielo picado.
La nieve caída sobre las flores de las glicinas y los ciruelos.
Un hermoso bebé que come fresas.
-Cosas que están lejanas, aunque próximas
Las fiestas en los alrededores de palacio.
El camino que serpentea en la montaña de Kurama.
El intervalo entre el último día del duodécimo mes y el primer día del año.
-Cosas que están cercanas, aunque alejadas
El Paraíso.
La ruta de un barco.
Las relaciones entre un hombre y una mujer.
Supongo que estas Notas serán lo mismo que el Libro de la Almohada publicado hace unos años. Por lo que pude averiguar, Amalia Sato es autora -más de mil años después- de la primera traducción completa al castellano de El libro de la almohada, de Sei Shônagon (Makura no Sôshi, Adriana Hidalgo Editora, 2001). Hubo otro intento anterior de selección y traducción de J. L. Borges y María Kodama.
La almohada fue perdiendo plumas y agregando hilos, cambiando de funda. Como todo objeto mágico esta recopilación de curiosas enumeraciones se perdió por el año 1000. Así fue como copistas de versiones fragmentarias fueron añadiendo su impronta en los siglos que siguieron.
Poco importa si el origen de El Libro de la Almohada fue una pila de papeles dispersos, apuntes desordenados compilados tardíamente por un admirador anónimo. Su valor no cambiaría si descubriésemos que se trató de un cuaderno de notas prolijo y minucioso, escrito antes de ir a la cama, acaso ocultado con celo de las miradas indiscretas en uno de los cajones de la almohada de madera en la que Shônagon apoyaba la cabeza para dormir.
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