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Paroxismo 5 - La caza del Snark

sábado, julio 26, 2008 - - 0 Comments


Paroxismo quinto

La lección del Castor


 

Lo persiguieron armados te dedales, lo persiguieron armados de precaución; lo persiguieron con tenedores y esperanzas, amenazaron su vida con una acción del ferrocarril, lo atrajeron con sonrisas y jabón.

Fue entonces cuando el carnicero concibió el ingenioso proyecto de efectuar él solo una salida, y eligió un lugar no frecuentado por el hombre, en el fondo de un valle lúgubre y desolado.

Pero al castor se le había ocurrido la misma idea: y había elegido precisamente ese mismo lugar; no obstante, ninguno de los dos, ni con una palabra ni con la menor señal, demostró el disgusto que revelaban sus rostros.

Cada uno de ellos se decía que no pensaba más que en el "Snark" y en la gloriosa empresa del día y cada uno de ellos simulaba no haber advertido que el otro iba siguiendo el mismo rumbo.

Pero el valle se fue haciendo cada vez más estrecho, y al atardecer se oscureció y el aire se puso más frío, hasta que (por miedo y no por su agrado) los dos caminaron hombro con hombro.

Entonces un largo y agudo grito desgarró el cielo tembloroso, y supieron que algún peligro estaba próximo: nuestro Castor palideció hasta la punta de la cola, y también el Carnicero se sintió muy incómodo.

Revivió los tiempos lejanos de su infancia -esa edad de inocencia y de ingenua felicidad-: ¡el sonido le recordaba, de manera tan precisa, la punta de un lápiz que rechina sobre la pizarra!

-¡Es la voz del Jubjub! -gritó de pronto-, el que se llama vulgarmente "Quijada de caballo". Como le habrá dicho el Hombre de la Campana -agregó con orgullo- yo sugerí esta opinión una vez. ¡Es el grito del Jubjub! Cuente, se lo ruego; verá usted que se lo dije dos veces. ¡Es el canto del Jubjub!, y si se lo dije tres veces, ya no cabe duda.

El Castor contó con escrupuloso cuidado, prestando a cada palabra una profunda atención: pero perdió completamente el valor, y brambó de desesperación, tan pronto como trató de sumar uno más dos. Sintió que, no obstante sus esmerados esfuerzos, no había conseguido más que olvidar su cuenta, y que hubiera sido necesario devanar sus pobres sesos para reconstruir de memoria el total.

Dos más uno: ¡Si, al menos -gimió-, se pudiera contar con los dedos y los pulgares! -pensando, con lágrimas en los ojos, que en los años de su juventud había descuidado el estudio del cálculo.

-Opino que se puede hacer eso -dijo el Carnicero-. Se debe hacer, estoy persuadido. ¡Vamos a hacerlo! ¡Traiga papel y tinta: los mejores que se puedan conseguir!

El Castor trajo papel, un secante, plumas y tinta en profusión, en tanto que seres horrorosos, saliendo de sus guaridas, espiaban a nuestros héroes con ojos asombrados.

El Carnicero, absorto, no los vio, mientras, a la vez que escribía con una pluma en cada mano, explicaba en un estilo popular que el Castor podía comprender fácilmente:

-Siendo tres el sujeto sobre el que razonamos, cifra sumamente cómoda de plantear, sumemos Siete y Diez, luego multipliquemos por Mil menos Ocho. El resultado lo dividimos por Novecientos Noventa y Dos: restamos Diecisiete: el resultado debe ser exacta y perfectamente justo . Explicar mi método sería un placer, ya que lo veo tan claro en mi cabeza, si tuviésemos, yo tiempo y usted inteligencia Pero todavía queda mucho por decir. En un instante he visto lo que hasta este día permanecía envuelto en un misterio impenetrable, y sin aumentar el precio le voy a dictar in extenso un curso de Historia Natural.

En forma jovial, el Carnicero continuó (olvidando todas las leyes de las buenas costumbres, porque instruir a la gente, así, sin preámbulos, hubiera causado no poco escándalo en el Gran Mundo):

-En cuanto al carácter, el Jubjub es un pájaro furioso, ya que vive en un estado de incesante cólera. En cuanto a vestimenta, sus gustos son sumamente absurdos: se encuentra varios siglos adelantado a la moda. Pero reconoce a todo amigo que le hayan presentado una vez; no acepta jamás el menor vaso de vino, y en las fiestas de beneficencia se queda en la puerta para colectar el dinero, aunque él no dé nada. El sabor de su carne es muy superior al del cordero, de las ostras y de los huevos: algunos creen que se conserva mejor en una jarra de marfil; otros lo meten en barriles de caoba. Se le hace hervir en aserrín de madera, se le sala con cola fuerte, se le espesa con langostas y cintas, sin olvidar jamás la finalidad esencial, que es conservar su forma simétrica.

De buena gana el Carnicero hubiese hablado hasta el día siguiente, pero consideró que la lección debía terminar, y lloró de placer al tratar de decir que consideraba al Castor su mejor amigo, en tanto el otro declaraba, con miradas tiernas, más elocuentes aún que las lágrimas mismas, que en diez minutos había aprendido mucho más de lo que los libros le habrían enseñado en setenta años.

Volvieron tomados de la mano, y el Hombre de la Campana, abrumado, por un instante, por una noble emoción, dijo:

-¡Henos aquí compensados por todos los malos días que pasamos en el oleoso océano!

Amigos tales como el Castor y el Carnicero llegaron a ser, si los hubo alguna vez, pocos se han conocido. En invierno como en verano, era siempre igual: nunca podía encontrarse al uno sin el otro. Y cuando surgían conflictos -como suele ocurrir en este mundo, no obstante los esfuerzos que se hagan- el canto del Jubjub volvía a sonar en sus almas y fortalecía su amistad para siempre.

Nota: Los amigos  y los afectos se encuentran en donde menos se tiene la intencion de buscarlos, los verdaderos pemanecen a pesar de las diferencias y los falsos pronto desaparecen, pocos conservan el Jugjub dentro de si para ver a las personas como son sin ponerles mas de lo que no son y a veces para todo esto no se necesitan las palabras.

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